lunes, 31 de octubre de 2011

DE CIERTO



Caminaba lentamente, lo más rápido que podía aquella vez, estaba en un desierto que parecía infinito como el universo. El aire ingresaba por mi nariz y ardía en mi garganta como si fueran brasas, como lava de un volcán que erupcionó recién nomás.

 El viento y la arena fusionaban perfectamente formando un látigo que azotaba a mis caprichosas piernas. 

Ellas pedían, 
gritaban: eutanasia!

Nunca jamás me sentí tan cerca del sol, no pensé que sería tan tortuoso. El sol tenía una mirada extraña, no parecía él, o lo que yo creía de él. Parecía tristeza, y se la veía mirando todo como si no le gustara lo que estaba haciendo. 

En un momento inesperado logré encontrar un oasis en un horizonte. No recuerdo con exactitud sobre los hechos que llevaron al momento en la que se produjo la transformación de ese paisaje, ya que aquel estado de conciencia era algo que obtenía esporádicamente, como relámpagos.


En ese instante me quedé quieto. Mirándolo desde lejos, muy lejos. Supongo que mi cara debe haber tenido la expresión idiota de cualquier enamorado. El sol era el imán y yo el pequeño pedazo de metal. Y supuse que esa fuerza magnética podía reemplazar la que yo ya había perdido en gotas. 


Pero mi cuerpo ya no se movía. Respiré por 5 o 10 minutos más, bueno, era tan poco importante el tiempo. 

Esta no ha sido la mejor ni la peor de todas mis muertes.


A otra rosa mariposa.


Ahora, sólo me pregunto cuanto de cierto habrá habido en este desierto.


Y viceversa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario